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La alegría de hacer el bien al mal

Te habla Montserrat Bellido Durán, para tu éxito: Ayúdate a ti mismo, sólo tú puedes ayudarte, sólo tú puedes disfrutar de ti mismo y lo haces cuando, libremente y con voluntad, luchas contra el mal, contra la mala tentación que todos tenemos de no hacer lo correcto, pensando que nos evitaremos problemas, que llegaremos antes a la meta del triunfo; y ¡qué pobre es el triunfo, vendiendo tu alma al Diablo!; tú eres libre, libre para disfrutar de hacer el bien. Todo aquel que ha hecho alguna vez una buena obra, sabe lo que se siente, sabe que puede volar y que vuela, y sabe que no hay disfrute mayor que el de sentirse el mejor, sin mentiras ni trampas, por serlo, porque tú puedes serlo si te preparas para ello, tú puedes serlo si vives para dar lo mejor de ti. Quiero que saques lo mejor de ti, da lo mejor de ti en cada momento y a todos, ¡porque sí!, porque puedes hacerlo y lo haces; te demuestras a ti mismo que lo haces, ¡es algo maravilloso esta experiencia!; prueba, prueba a dar lo mejor de ti. Y aún es más maravillosa la experiencia de hacer un bien a quien te da un mal; sufres una barbaridad por aguantarte, notas que tus instintos quieren venganza, pero los dominas, como domina el jinete al caballo que monta y ha espoleado para darle más carrera, y eso es lo que ha pasado, esa persona que te ha dado un mal, ha espoleado tu caballo, y de este mal, harás más carrera, tendrás más fuerza, si cogiendo las riendas, sujetas la ira, el rencor, la rabia, el odio, la venganza, que son sentimientos humanos, que están ahí para que los domines y te sirvas de ellos, para salir lanzado en busca de TU ÉXITO; y lo obtendrás, porque regirás tus dominios y decidirás ¡que nadie te hará salir de la ruta!, ni nada, ni la pérdida de un ser querido, ni de una propiedad…, ¡nada puede ni debe hacerte cambiar los planes que has hecho de hacer el bien, lo correcto, lo bueno, el cumplir con tu deber!, sencillamente, porque tú, tú, lo has decidido, y tú eres quien manda en ti. Como te digo, vas a sufrir en esa lucha, pero te aseguro, que si eres capaz de dominarte y no permitir hacer ningún mal ni quejarte ante nadie, sólo ante Dios que está en el Sagrario y en la Comunión, entonces, mi querido amigo, después de la lucha que tendrás que pasar, llegará para ti la más excelsa de las satisfacciones, la maravillosa sensación de PODER, tu poder de vencerte en el bien. Algunos experimentan esto, pero al revés, el poder de hacer el mal; porque es fácil hacer el mal, una calumnia, una negación de dar algo bueno que puedes dar, un desprecio, un maltrato, sea de palabra o de obra… y puede, ése, sentir el poder en el momento que ve que daña a otra persona, pero sólo es un momento, porque la otra persona no va a estar toda la vida pendiente de él, se sacudirá el polvo de sus recuerdos y avanzará por la vida, porque es ley de vida sobrevivir. Pero la alegría de hacer el bien al mal, es decir, de no devolver mal por mal, sino de dominar tu maldad que podrías hacer porque es fácil hacerla, insultando mismo, se hace, entonces mira que es fácil, o quejándote haces mal, porque fíjate bien, cuando te quejas siempre dices, proclamas, lo malo de otros, el mal de otros. No te quejes, pero también tienes el deber de avisar a otros de un mal que les puede hacer la misma persona que te lo ha hecho a ti, eso es otra cosa, pero el quejarse, con amargura, eso no es bueno para ti, porque te amarga la vida; en cambio, si te dices: “yo no haré lo mismo que me han hecho, porque no quiero, porque he decidido hacer el bien y lo correcto, porque soy lo que quiero ser, y quiero ser el mejor, dar lo mejor de mí mismo, porque así lo he decidido, y lo hago y lo haré, porque sí, porque quiero hacer un mundo mejor y me propongo ser mejor y ser ejemplo, porque es bueno que haya buenos ejemplos, y lo soy y lo seré, porque puedo serlo y he decidido serlo, he elegido el camino del bien, de lo bueno, lo correcto, lo verdadero; cumpliendo con mi deber de persona humana, que puedo ser lo que quiero ser porque soy libre y tengo todo el poder de mi alma, que Dios me ha dado y acepto su ayuda, de Dios, rezando y pidiendo consolación y fuerza de voluntad para no devolver mal por mal”. Y entonces viene la paz, una paz dulce, llena de bondad, que te acerca a la santidad, que notas que hay un mundo superior, no precisamente el de los extraterrestres, sino el tuyo interior, de tener la sabiduría de poner en práctica el perdón.